Apuntes básicos / El negocio redondo

Capturado por la era de la comunicación, de la digitalización, de la propaganda y la globalización en su máximo esplendor, el fútbol hace ya un tiempo que ha dejado de ser simplemente un deporte. Peor aún, cada año los resabios de aquel juego se desvanecen más y más, como demostrando que poco a poco se va llegando a la desnaturalización total del mismo.
Cuando las citas más importantes del "planeta fútbol" comienzan a vislumbrase en el horizonte cercano, el aluvión publicitario, la propaganda desenfrenada, las ansias de comenzar a llenarse los bolsillos por parte de las grandes corporaciones deportivas (y no tanto), adquieren un protagonismo central.Promociones, aparatos y artefactos que nada tienen que ver con el fútbol en sí mismo, imágenes a toda hora, previas interminables que dan cuenta de patéticos detalles sobre determinado equipo, invanden las pantallas de televisión, los comentarios en radios y las páginas en internet. 24 horas de penetración mediática que le quitan sentido a los verdaderos 90 minutos dónde el fútbol y sus jugadores son protagonistas.
Esta realidad en la que se encuentra sumergida el fútbol (con pocas esperanzas de revertirse, por cierto), no sólo conspira contra la naturaleza misma del deporte en el sentido remarcado, sino que también atenta contra su belleza y atractivo.
Son tantas las presiones, las pautas establecidas antes de los "encuentros", la coacción ejercida por los medios y organizaciones, que los partidos de fútbol se transforman en meros trámites en los que la premisa fundamental es "no perder". A partir de esta "máxima" es que se ven esos tristes espectáculos en los que dos equipos juegan a estudiarse durante 90 minutos, sin ánimos de arriesgar y transformando el juego en una batalla táctica y estratégica en la que el vencedor será aquél que haya podido encontrar la manera de descifrar el cerrojo defensivo de su contrincante, siempre pensando en conservar el suyo.
A su vez, la dinámica actual tiende a vender de antemano el producto. Pero una vez llegada la hora de la verdad, de calzarse los botines, de entrar al campo a jugar fútbol (un arte por muchos olvidado), todo se desmorona. Las campañas publicitarias se empeñan en mostrar jugadores profesionales desafiando la ley de gravedad, haciendo piruetas casi imposibles con un balón, argumentando que el único juego que se debe jugar, es el bonito. Esos mismos jugadores, cuando entran al rectángulo de juego, pierden toda esa "magia", todo ese atrevimiento y se dedican a hacer caso omiso a sus palabras, a sus supuestos ideales, para defender ya sea el cero en su arco como una hipotética victoria, muchas veces sin importarles los medios para conseguirlo. En otras palabras, se pregona el "deber ser" (sin dudas vende más), pero se hace "lo que se tenga que hacer".
Éstas presiones no se sienten dónde se juega realmente al fútbol. En ese potrero, en ese descampado, en aquella liga amateur. Dónde se juega pensando en la pelota, en la belleza del juego, en el honor y compañerismo; celebrando la victoria, entendiendo y aprendiendo de la derrota...respetando al contrario. Respetándose uno mismo.

1 comentario:

cieguito dijo...

cada vez que juegue la selección vamonos a la plaza a jugar un picado